Conversación con Esperanza Gil Herrero, la última “ermitaña”.
A. Valcàrcel “La
ermita de Bellvitge, ayer y hoy.”
“Gracias
a la colaboración de Carmen Ballarín, que me acompaña, pude hablar con Esperanza,
miembro de la última familia que habitó la casa del ermitaño; pequeño edificio
de unos 59 m2, anexo a la Ermita, que existió durante siglos hasta que fue derribado
en 1969.
Esperanza
y su hijo Jaime nos reciben amablemente para hablarnos de sus recuerdos en la
conocida como “casa del ermitaño”.
Ella
nos dice, en primer lugar, que nació en Barcelona en 1931, pero, al casarse en 1959
con Vicente Gimeno Nolla, vino a vivir a la casa del ermitaño, donde ya residía
el marido con su familia desde hacía algunos años. En esta casa nacen cuatro de
sus hijos y viven en ella cerca de 10 años.
Recuerda
cuando se hizo el primer bloque de Bellvitge, donde ahora vive, y la gran fiesta
que organizaron los promotores de la construcción del barrio, con asistencia de
numerosas autoridades, al inaugurar los primeros edificios.
Su
hijo, Jaime, nos habla de sus recuerdos de infancia al lado de la Ermita, y nos
muestra una foto con dos de sus hermanos de los primeros años de la década de
los sesenta, cuando aún no se había iniciado la construcción del barrio. Recuerda
muy bien que en la Ermita se celebraban muchas bodas de gente importante, que
venían en coches de caballos. También recuerda que había numerosas
celebraciones en fechas señaladas, en las que ponían mesas y sillas en el
exterior y la gente se quedaba a comer.
Esperanza
nos habla con cariño y añoranza de la Ermita, pero también dice que era duro
vivir en una casa sin luz ni agua, donde se metían unas ratas muy grandes. Mientras
ella vivió en la casa, no se hicieron reformas. Su suegra, Josefa Nolla,
“Pepeta”, siguió viviendo en la casa hasta su muerte, poco tiempo después de
irse el matrimonio joven a uno de los pisos de los nuevos bloques de Bellvitge.
Al principio a uno de alquiler, y luego al de propiedad que tiene actualmente
en el primer edificio que se construyó.
Nos
cuenta que la Ermita estaba muy aislada; todo eran campos hasta la Avda. del Carrilet.
Ella iba a trabajar a una fábrica de hilaturas que estaba en la Remonta. Iba caminando,
por lo que había de levantarse a las 5 de la mañana. Su marido, Vicente, trabajaba
con el “pagès”, repartiendo alfalfa con un caballo muy bonito que se llamaba Galán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario