LOS INICIOS DEL BARRIO. 1. PIONEROS. Memoria compartida en facebook.
Cuando vinimos a ver el piso de muestra, nuestro bloque, en Mare de Déu
de Bellvitge, ya estaba acabado y el de la calle Ermita estaba a medias,
realmente a medias porque estaba abierto por la mitad, el bloque entero, el
medio y campos.
Mi padre le dijo a mi madre que se lo pensara, que no estaba obligada a
quedarse aquí, pero mi madre sólo tuvo en cuenta que aquí pagaríamos menos y
nos daría para vivir.
Aquí nos vinimos, como auténticos pioneros. Recuerdo subir las escaleras
hasta el 11, yo con algún bulto, los demás con maletas y recuerdo mirar por la
ventana y la impresión de verme tan lejos del suelo. Mi padre nos animaba: ¡Mirad
qué alto que estamos!
Al lado de los bloques que iban alzando, estaba la plataforma de CIDESA
donde hacían las placas de hormigón con las que iban montando los pisos. Cuando
nos quedábamos sin agua, que al principio era a menudo, íbamos a buscarla de un
grifo que tenían. Había
mucha solidaridad entre las vecinas, a veces éramos las puertas segundas las
que nos quedábamos sin agua y entonces los de las primeras nos dejaban pasar a
su piso a buscarla, y viceversa.
El piso de muestra que vimos
tenía un panel a la entrada que hacía las veces de separador entre el minúsculo
recibidor que tenemos y el “salón-comedor”. Aquel piso estaba decorado con las
modernidades de la época.
Durante mucho tiempo busqué
aquel primer piso, cuando iba a casas vecinas. (Entonces no sabía que era el
“piso de muestra”)
En el nuestro sólo había cemento.
Recuerdo a mi madre de rodillas rascando los pegotes de cemento que aún
quedaban enganchados, mi hermano y yo disponíamos de un agujero en el suelo que
era el “gua” de las canicas.
Los siguientes bloques ya
tuvieron “sintasol.
En los primeros locales comerciales pusieron: una bodega, un estanco, una
panadería y una tienda de muebles... Algunos de estos comercios aún perduran.
Mi madre compraba a los payeses, que vendían habas, lechugas, coles…y alguna
vez habíamos ido a comprar al mercado de “Can Vidalet” Posteriormente también abrieron una farmacia y en los altillos había un
consultorio pero estaba en muy malas condiciones.
Poco después, en los locales de la calle ermita, abrieron una mercería,
una “granja la catalana” donde podíamos comprar leche y un poco de todo, una
pollería y una frutería. En los altillos trabajaban un sastre, un tapicero y un
fotógrafo, entre otros. En los locales del segundo bloque de la Avenida Nuestra
señora de Bellvitge, en 1967, abrieron un “Spar” que durante muchos años fue
nuestro único supermercado.
La Inmobiliaria, para promocionar la venta de viviendas, hizo unas zonas
ajardinadas que unos vigilantes se encargaban de vigilar. Uno tenía muy mal
genio, y no dejaba acercarnos a los niños, el otro era más amable. Algunas mujeres
se cuidaban las porterías.
También hicieron zonas con columpios, toboganes, alguna bola para subir
y tirarse por la barra que había en medio, la “media luna” para subir por un
lado y bajar por el otro, o colgarse cabeza abajo…. allí sí podíamos ir a
jugar, pero eran un poco peligrosos, porque eran de hierro y más de uno se hizo
daño, creo que algún niño también se mató.
En 1968 inauguraron una pista de patinaje anexa al Casal. Aún perdura en
la calle Ermita. Su función era promocionar la venta de pisos, porque, en
realidad, pocos niños disponíamos de patines, aunque alguno la utilizó.
Un gran cartel anunciaba en
la Gran Vía “En Bellvitge hay vida” y un reportaje del NODO promocionaba las
excelencias del barrio. Nosotros empezábamos a adaptarnos. Y es verdad que
había vida, porque allí vivíamos nosotros.
Algunos domingos comprábamos
pipas o maís tostado en la churrería y salíamos a pasear por el barrio. A veces
pasábamos por la “casita” que tiene la Inmobiliaria cerca de la ermita, allí
estaba expuesta una maqueta que siempre nos parábamos a mirar. Mi padre nos
decía, con ilusión y esperanza: – “Éste
será el barrio del futuro!”. Yo no estaba muy convencida, pero no sabía por
qué.
Como el nivel del terreno es
tan bajo respecto el nivel del mar, intentaron subirlo unos metros trayendo
runa de Barcelona, pero igualmente costó unos años solucionar el problema de
las aguas residuales. Delante de nuestro bloque había un canal abierto con el
que regaban los campos. Al lado, donde estaba CIDESA, corría una cloaca. Algunos
coches que venían por la Travesía Industrial, al girar para coger la avenida
“Nuestra Señora de Bellvitge”, se habían caído en ella. Yo vi alguno.
A mi hermano se le cayó una
vez la pelota en el canal de delante de casa. Como no quería ensuciarse las
manos, se sentó, se quitó los zapatos, metió los pies y con ellos la sacó. Mi
madre desde arriba lo miraba.
El barrio se fue formando
por las 4 esquinas, primero la Avenida Nuestra Señora de Bellvitge donde estaba
la constructora y la calle Ermita, por donde se entraba al barrio desde la Gran
Vía, después los bloques de la calle Prado y posteriormente, la avenida Europa
y la avenida América, dejando la Rambla Marina para el final. De hecho, hace
poco que se ha acondicionado esta zona. Por eso se hablaba de los “dos
Bellvitges”: “Bellvitge norte” y “Bellvitge sur”, porque pasar de uno al otro
era una aventura que podía ser muy desagradable, ya que te podías quedar
clavado en el barro, como nos pasó a casi todos los que vivimos esa época.
Al
principio, la Inmobiliaria puso nombres a los edificios: Catalunya, el primero,
Valencia, Aragón y Castilla, después, Uxama, Mistral, Jaume I, en la calle
Prado y, en la avenida Europa: Zeus, Neptuno, Mercurio y Marte, además del
conocido bloque del “butano”, en la calle ermita, así llamado porque en él vivían
trabajadores de esta empresa. Este es el único nombre que se popularizó y se
conservó.
Los únicos autobuses que
había eran los que iban de la Plaza España al Prat y nos dejaban en la
gasolinera de la Gran Vía. Si ibas en dirección Barcelona tenías que pasar al
otro lado, había un paso subterráneo pero estaba en muy malas condiciones y
muchos cruzábamos por arriba, con lo que hubo algunos atropellos. Los vecinos
salieron a cortar la Gran vía para protestar y con picos y a palas para
agrandar el paso.
También había muchos
alcances entre los coches al girar para entrar en el barrio. Por fin hicieron
obras y se arregló la situación. Un diario publicó la noticia “Ha desaparecido el paso de la muerte en
Bellvitge.”
En septiembre de 1971, con
la lluvias torrenciales de principios de otoño, pasó lo que los payeses habían
anunciado, el río se desbordó y los bajos se inundaron, 96 familias lo
perdieron todo, suerte que no hubo víctimas mortales, porque fue a primeras horas
de la noche y se pudieron avisar unos a otros.
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